domingo, 28 de diciembre de 2014

LAS PÉRDIDAS ECONÓMICAS OCASIONADAS POR LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN LA CIUDAD DE ARCOS DE LA FRONTERA, 1805 -1812. José Manuel Astillero Ramos Geógrafo, M.B.A. Diputación Provincial de Cádiz. Sin duda fue éste el acontecimiento más importante del siglo XIX en su conjunto, por las consecuencias que tuvo en todos los órdenes de la vida de esta población; centrándonos en la economía, donde pueden objetivarse muchos de los efectos que tuvo, el impacto que supuso fue de magnitudes extraordinarias, perdurando sus secuelas aún a finales de este siglo. Las características de la situación económica de Arcos de la Fronte¬ra, hacia 1805, las desvela la obra del que fuera su Secretario y Notario, D. Mateo Francisco de Rivas, “Memoria Histórica de la Ciudad de Arcos de la Frontera”, premiada por la Real Academia de la Historia de Sevilla, en Junta celebrada el 18 de Julio de 1806 y publicada por El Arcobricense en 1901, en la cual se ofrece un gran compendio de datos sobre los sectores económicos que él llama “Reynos” (Vegetal, Animal y Mineral) y “Fabricas”; si bien, es imposible verificar, con la documentación que se ha conservado, la ingente información que aporta esta obra, se puede aceptar en su conjunto como una valoración numérica del estado de estos sectores económicos, en aquella fecha y por aquella época, porque es coherente con la estructura económica y con la coyuntura que atravesaba; el valor de esta obra, radica también en que nos ofrece una imagen muy detallada que, con el desarrollo de los aconteci¬mientos, quedaría como testimonio de lo que puede considerarse el final de una etapa de su historia. Es conveniente comentar que la proliferación de datos que se mues¬tran en este artículo tiene por misión dar una idea de lo sustantivo del sistema económico existente antes de esta guerra en Arcos de la Frontera, pero que bien puede servir de representación de lo que era característico, en aquel tiempo, en esta peculiar comarca de campiñas y presierras; ha de servir tam-bién como marco de referencia para situar la valoración que se hizo en los informes sobre pérdidas y exacciones, así como comprender mejor el alcance y significado de éstas. Algunos aspectos socioeconómicos de Arcos de la Frontera, en los años previos a la guerra de Independencia. La Ciudad de Arcos de la Frontera, su población y economía, en los años anteriores a esta guerra, gozaba de cierta importancia en el sistema de ciudades de la Provincia de Sevilla (que reunía, aproximadamente, a las ac-tuales provincias de Sevilla, Cádiz y Huelva); a mediados del siglo XVIII, se situaba entre el 7º y 10º lugar, entre las ciudades y villas de esta Provincia; a finales de este siglo, destacaba por el volumen de su producción agrícola, ganadera y manufacturera, así como por el número de sus vecinos y habi-tantes, no obstante, había perdido parte de su influencia comarcal frente a la creciente potencia de Jerez de la Frontera, atravesando similares problemas que otros “grandes Pueblos” del Valle del Guadalquivir y de las Sierras, em¬pobrecidos por su estancado sistema productivo, la enorme carga contribu¬tiva que soportaban los vecinos (excluidos eclesiásticos y nobles), el endeu¬damiento de las haciendas locales y ensombrecidos por la influencia de otras capitales y ciudades emergentes. El vecindario de Arcos había ido decayendo, desde mediados del siglo XVII, a cuenta de las epidemias de pestes y otras enfermedades, las guerras con Portugal y de Sucesión, la mayor frecuencia de grandes lluvias y sequías que arruinaron las cosechas, la presión financiera sobre los ayuntamientos y la fiscal sobre la población que pagaba los impuestos, el pueblo llano, así como por otras causas; a mediados del siglo XVIII, su vecindario era muy semejante en cuanto a número de vecinos, al que había hacia el año de 1640, un periodo en el que se alternaron etapas de acentuado declive poblacional con otras de ligero aumento. Pero aún con esto, hacia el año de 1759, la po¬blación de Arcos ocupaba un lugar destacado, posición nº 20, entre las más pobladas del Reino de Castilla, por delante de muchas otras que serían ca¬pitales de provincia, contando entonces con 2.779 vecinos; casi medio siglo después, según el Censo del año de 1802, se habían reducido a 2.681 vecinos y 9.894 almas, una media de 3,7 habitantes por vecino, que dejaba entrever la estrecha composición que tenían las familias, donde abundaban además de las viudas y viudos un elevado número de jóvenes menores de 14 años (el 32,8% del total de la población); su vecindario se había mantenido, aunque con algunas pérdidas, en esta segunda mitad del siglo. En lo agrícola, Arcos había sido un importante granero del valle del Guadalete y de la Provincia de Sevilla, y lo seguía siendo antes de la invasión de los ejércitos franceses; ejercía como centro de producción de granos y semillas, con “50.000 fanegas” de tierras (Rivas, p. 52), la mitad de la exten¬sión del término municipal, de las cuales se sembraban cada año una media entre “17 y 18.000 fanegas”, según estimación de este historiador, dando idea de la importancia del descanso que se le daba a la tierra y de sus posibles rendimientos, sin embargo, más de la mitad de aquellas eran consideradas de primera calidad y sólo descansaban un año; contaba con un importante y muy antiguo Pósito de granos, alojado en un magnífico edificio situado en la Corredera, que aún subsiste transformado en otro uso. En un año de tipo “medio” se recogían “79.640 fanegas de trigo” (Rivas, pp. 76 a 80), una media de 4,36 fanegas de trigo por fanega sembrada lo que quedaba por debajo de la media de 5,5 que sería la señalada en las Respuestas Generales del Catastro de Ensenada, en 1752, y cuyo precio de venta había subido desde los 20 rea¬les, en este año, hasta los 90 reales, hacia el de 1805, si bien este alto precio fue coyuntural por efectos de la epidemia de fiebre amarilla del año anterior, afectando a éste así como a lo recogido como producto de esta cosecha; si¬milar incremento había tenido el precio de la cebada, que costaba 52 reales la fanega, y de la que se recogían “20.956 fanegas”, a una media de 10 fanegas de cebada por fanega de tierra sembrada; eran importantes las producciones de habas “3.615 fanegas” y de garbanzos “2.321 fanegas a 79 reales” y, en menor medida, de otras semillas como los alberjones “1.458 fanegas” a “50 reales”, es¬caña, maíz, yeros, guijas, altramuces y lentejas, éstas las más cotizadas, a “120 reales la fanega”. Sus producciones de “vino 10.247 arrobas y aceite 10.000 arro¬bas” eran cortas para el abasto de la población y tenían que importar de otros lugares, no así la de frutas que eran abundantes y variadas, así como causa de una importante contribución económica a la producción agrícola: un total de “1.478.695 reales”. Los deforestados montes aún producían “20.000 arrobas de carbón y de cortezas” para el curtido de pieles, además de cantidades de leñas, picón y maderas; la producción de bellota alcanzaba una cifra aún considera¬ble, “78.392 fanegas”; y las plantas que abastecían de materias a las manufac-turas del Pueblo, como la palma (del palmito), el esparto, el zumaque (látex viscoso que se extraía de una planta hoy casi desaparecida, rhus coraria, cuyo tanino se usaba en el curtido de pieles) y el cáñamo, se cosechaban con cierta abundancia. En conjunto el producto anual, en 1805, por este “Reino vegetal era 11.874.677 reales”, de los cuales “8.257.312 reales” derivaban del trigo y la cebada, lo que no dejaba duda de la importancia cerealera de Arcos de la Frontera pocos años antes de esta guerra. Conviene apuntar, no obstante, que se conocieron otras circunstan¬cias que ponían de relieve la decadencia de esta agricultura: los acuciantes problemas en el mercado de trabajo y la falta de capital entre los labradores arrendatarios, eran exponentes de las dificultades por las que pasaba el sis-tema de producción agrícola; noticias como las siguientes dan idea de estos avatares: - las solicitudes de “socorro a los jornaleros constituidos en deplorable estado por la calamidad del año” ( AHPCa, Sección Gobierno Civil, Caja 192), que se formulan desde el Concejo de Arcos en 1804 , año en el que se padeció ade¬más una epidemia de fiebre amarilla (Citada por Mancheño en “Apuntes ...” p. 619); este acuciante problema era ya bien conocido, produciendo notorias revueltas sociales en el año 1750. - La larga lista de labradores morosos, “425 personas”, que no pagaban el impuesto correspondiente al Caudal de Propios desde 1795, adeudando en total 65.777,30 rv en agosto de 1807 (AHPCa, Sección Gobierno Civil , Caja 192); unos datos que vienen a anular los beneficios de los repartos de tierras de los propios y del común de los vecinos, realizados entre 1767 y 1770. -Y la “petición” de 25 labradores, que juntos representaban a 6.998 fanegas de tierra de los Propios de Arcos de que “se les hiciese rebaja de la tercera parte que respectivamente pagan de renta” por las malas cosechas, es decir, reducir los 79.178 rv, que venían pagando, a su tercera parte, 26.389,29 rv, de for¬ma que los grandes arrendatarios se defendían de las contribuciones a pagar transparentando cansancio y merma en su liquidez de capital. La agricultura en su conjunto seguía siendo el principal sustento de la población y de la economía pero daba muestras de su crisis, de su em-pobrecimiento y estancamiento, que afectaba al conjunto de la población vinculada directamente con la agricultura, a jornaleros, profesionales de la labor, arrendatarios y propietarios de tierras agrícolas y, en consecuencia, al resto de la sociedad; se había llegado a un punto en el que no era posible ampliar la extensión de las tierras cultivadas, los rendimientos en especies eran bajos y muy variables, con graves problemas de abastecimiento cuando una o varias malas cosechas se sucedían y otros derivados del hecho de que los arrendamientos debían de pagarse inexcusablemente y en dinero; la des¬igual distribución de la riqueza y el inmovilismo de la propiedad de la tierra, dependientes de vínculos, mayorazgos, capellanías, etc., anclaban el sistema productivo al pasado, invalidándolo para atender las necesidades de la pobla¬ción. La ganadería arcense, que había sido el principal sector económico durante los primeros siglos de la dominación castellana, mantenía una caba¬ña numerosa y diversificada en los primeros años del siglo XIX, semejante a la que tenía a mediados del siglo anterior a éste (Estados Generales del Catastro de Ensenada, año 1755), pudiendo afirmarse que era un sector de producción y composición estable, también en la distribución de la propie-dad, con pocos pero grandes ganaderos. Es de observar que las cifras que recoge Mateo F. de Rivas, sobre el número de cabezas de ganado, pueden considerarse subestimadas o menores que las reales, en base a otras fuentes de información. La cría caballar seguía siendo una actividad prestigiosa, por la calidad de sus caballos y yeguas, siendo famosos los criados por el Duque en la dehe-sa del Higueral, en el siglo XVII, que eran llevados a la Corte y servían para la remonta de los ejércitos, y después, mediados del siglo XVIII, los que criaron los Jesuitas de Arcos, a los cuales se le quitó el mérito de esta cría al llamar a la estirpe que crearon “caballo cartujano”, en alusión a la Cartuja de Jerez de la Frontera; en los primeros años del siglo XIX era una actividad en alza, con un claro crecimiento del número de cabezas de las que tenía en 1805, nada menos que 2.413 (AMJF, Expediente de Cría Caballar, 1805), bastante más de las que cifraba Mateo F. de Rivas “1.814 cabezas” (pp. 72); en cualquier caso, la ganadería caballar arcense se situaba entre las más numerosas y afa¬madas de la Provincia de Sevilla y del Reino de Castilla; contaba con más de cien criadores casi todos ellos entre los más hacendados de la población. La cabaña porcina, siempre de difícil contabilidad por su variación a lo largo del año, había sido, y lo seguía siendo, la más lucrativa de todas por diversas circunstancias, entre las que pesaba mucho el bajísimo precio en el que se arrendaban los llamados “troncos” de bellota, que eran de propiedad del común de los vecinos; a principios del siglo XIX, alcanzaba cifras rela¬tivamente elevadas “7.642 cabezas”, aunque no de tanta consideración como tuvo en los siglos anteriores: hacia 1640, superaban las doce mil cabezas; su tocino era lo más consumido por la población, no así su carne, que quedaba para los más pudientes. El vacuno, por el contrario, había ido aumentando su número de ca¬bezas a cuenta de la extensión de la agricultura y su empleo en las labores y el auge de la Fiesta de los Toros y, en consecuencia, del ganado bravo, hasta convertirse en el sector más importante por su elevado número de cabezas y por su aprecio medio, siendo en su mayoría bueyes domados para la labor de la tierra y el trasporte, cuyo precio medio de venta era de “750 reales”; Ri¬vas señala que había , “6.550” reses vacunas aunque es posible que también estuviera subestimado ya que, en 1787, eran “8.535” (AMAF, Demanda de Bornos), una diferencia muy abultada difícil de argumentar y justificar por circunstancias productivas. La cría lanar había venido a menos, quedando, según Rivas, “7.500”, aunque posiblemente este dato estuviera subestimado o fuera coyuntural ya que lo normal era que esta cabaña tuviera entre 20 y 40.000 cabezas: en el año de 1787, según relación del Contador de Cuentas había 30.414 (AMAF, Demanda de Bornos), y cuya producción lanera se llevaba a los telares de Grazalema, de donde volvía ya tejida. Las unidades ganaderas o el peso en vivo que representaban a toda la cabaña en 1755 y 1805, eran muy similares, con un ligero descenso para este último año, indicativo de la estabilidad de este sector productivo y del techo alcanzado. La importancia de la ganadería arcense en el conjunto de la Provincia de Sevilla era muy notoria, situándose en la posición entre las diez primeras (de las 175 ciudades y villas de ésta), con una cabaña formada por entre 40 y 50.000 cabezas de ganado, semejante a la que sumaban las de Villamartin, Bornos y Espera: el valor anual de su producción media, los cifraba Rivas, en “1.439.257 reales”, mientras que si se hubiese vendido toda cabaña existente el capital que suponía este total ascendía a “8.620.304 rea¬les”; cifras elevadas aunque, como se ha visto, resultarían bastante inferiores a las de otras estimaciones. La actividad manufacturera se había transformado en la segunda mi¬tad del siglo XVIII, dejando atrás la producción de sombreros, jabones y brea pero acrecentando en gran medida las manufacturas de curtidurías, “doce de color” (M.F. de Rivas, Memoria histórica,..., pp. 85 y 86), y algunas otras de blanco, cuyo desarrollo se inicia a partir del año 1784 bajo la iniciativa de D. Fernando García de Veas; una actividad muy importante por el capital que producía con su comercio, en especial, de suelas para zapatos, que se vendían por toda Andalucía, y otros productos para la guarnicionería de los animales de monta y tiro. El capital bruto que producía, “6.137.610 reales”, segundo en importancia, tras el del “reino vegetal” y muy superior al del “animal”, ori¬ginaba importantes gastos en salarios y en materias primas, y conseguía los mejores rendimientos económicos, tasa de 39,1%; estas curtidurías, supu¬sieron una iniciativa extraordinaria para la economía y la población arcense, evitando que su decadencia fuera más profunda. Por último, hay que hacer notar que la Feria de Ganados de Arcos se había suprimido en el año de 1754, para no perjudicar a la de Villamartin, quedando reducida a una especie de velada que se celebraba el 5 de Agosto “en que suelen venir algunas platerías, y tiendas de mercería y quincalla” (M.F. de Rivas, Memoria histórica,..., p.86). En conjunto la producción media de un año del conjunto de los tres reinos (Vegetal, Animal y Mineral) y las “fabricas”, según la obra de M. F. de Rivas, sumaban, aproximadamente, unos veinte millones de reales (19.623.094); una cifra que, a pesar de que se puede considerar bastante infe¬rior a la real, puede servir de referencia y ayuda para comprender las cuentas que se hicieron en Arcos sobre lo que le costó y se perdió con la guerra de Independencia, en estas materias. Es interesante tener presente también algunos aspectos estratégicos y de conformación de esta Ciudad para argumentar la elección de este empla-zamiento como guarnición de tropas francesas. Estratégicamente, el Castillo y la Ciudad de Arcos de la Frontera, había perdido también relevancia: su encrespado y accidentado emplazamiento y la pésima calidad de la red de ca¬minos, habían mermado esta cualidad, quedando como único valor, el con¬trol del paso del río Guadalete por un frágil puente de madera, aunque era el más transitado aguas arriba del Puente de la Cartuja; un río con continuas y feraces inundaciones que llevaban apareada la destrucción del puente de madera, a veces año tras año. Pero no hay que ocultar que esta Ciudad era y es un puesto de especial importancia para la observación de lo que pasaba en los pueblos aguas arriba del Guadalete, en la campiña y en la sierra gaditana, desde Bornos a Zahara de la Sierra y desde Ubrique a Grazalema, convertida ésta en refugio de las partidas guerrilleras y de la milicia nacional. Arcos pa¬saría a ser, en los años de esta guerra, un enclave militar de segundo orden en la línea de defensa del ejército francés, montada sobre el curso que describe el Guadalete, siguiendo hasta Olvera. Arcos había sido el lugar de acuartelamiento temporal de numerosas tropas de muy diferentes nacionalidades (incluida la francesa), según las cam-biantes alianzas de la monarquía española durante el siglo XVIII, que hicie-ron continuos movimientos para la vigilancia y defensa de la costa, desde el estrecho de Gibraltar a la desembocadura del Guadalquivir, por lo que era una ciudad bien conocida en sus aspectos militares; su frecuente presencia en esta Ciudad, lo cual motivaba problemas de diversa índole, incluso de graves enfrentamientos armados con la población, como los ocurridos en 1720, en el que hubo 40 muertes, hacía que la presencia de tropas acuarteladas fuera algo bastante normal en la vida de la población. La magnitud de su caserío, ni grande ni pequeño, podría considerarse como un atractivo para la ocupación napoleónica; tenía “1.205 casas habitadas” y, relacionadas con la continua presencia de tropas en tránsito y del trasiego de los habituales arrieros, “seis posadas para pasajeros”; junto a éstos, algunos edificios de gran tamaño: los ocho conventos y sus dos iglesias parroquiales, capaces para servir de alojo y almacén a una guarnición militar. Además, su situación, a una jornada de camino de la Bahía de Cádiz, convertida en el principal teatro de operaciones bélicas desde los inicios del año de 1810, por ser esta, junto con Tarifa, los dos únicos enclaves que fal-taban por reducir o conquistar a los ejércitos napoleónicos; así mismo, esta plaza servía, como en otros tiempos, para la salvaguardia de Jerez y Sevilla donde se encontraban sendas sedes del gobierno francés; estas circunstan-cias hacían de Arcos un enclave de particular interés militar; su ocupación tendría un doble objetivo: el suministro y abasto de víveres y productos para el contingente global de tropas francesas en esta región: aproximadamente unos 28.000 militares; de otra parte, Arcos era de interés militar para los franceses para contener a la ofensiva de la milicia nacional y a las partidas guerrilleras, instaladas en las sierras de esta parte de la región y, llegado el momento, servir de retaguardia y defensa de la vía de escape de las tropas, primero hacia Antequera y después hacia Valencia y los Pirineos orientales. El 3 de Febrero de 1810, Arcos de la Frontera recibía las primeras tropas francesas, mandadas por el General y Barón Bouvier des Clats, con tres regimientos de Dragones, con el fin de desarmar a la población y dejar su primera impronta con el asalto y el pillaje, “hasta el extremo de tomar cuanto veían en sus alojamientos, tiendas de comercio, tesorería y fondos públicos” ( M. Mancheño, Apuntes,…, v - 2 p.12); comenzaba con ello otro dramático capítulo de la historia de esta ciudad, abatida por los efectos de las epidemias de fiebre amarilla de los años 1800 y 1804, en los que murieron al menos 554 personas. Los efectos y consecuencias de la guerra de Independencia y de la ocupación francesa de Arcos de la Frontera. El informe oficial que se hizo sobre todas las exacciones y daños que se causaron por esta guerra, era un intento por traducir en dinero una rea¬lidad muy compleja, de la que se dan sólo algunos detalles; es una relación oficial pero no sabemos hasta que punto son ciertos los datos que contiene ni como se valoraron y, desde luego, es de sospechar que, en esta lista, no estarían todos los daños y pérdidas originadas por este conflicto; es posi-ble también que, en algunos casos, se valoraran aquellas por encima de lo real; por otra parte, se puede pensar que en esta relación se contemplaron exacciones que afectaban a las poblaciones que correspondían al distrito de Arcos (Bornos, Espera y Villamartin, y por tanto, también a Prado del Rey), sobre las que debía repartir las elevadas e inesperadas peticiones de víveres y material que hacía el ejército francés desde Jerez de la Frontera, convertida en centro logístico de abastecimiento, “Comisión Central de Subsistencias” y capital de una “Prefecture”, reparto que causó ciertas desavenencias entre las autoridades del ayuntamiento de Arcos y el de Villamartin; lo que le tocaba a cada municipio el ayuntamiento debía responsabilizarse de la entrega, ha¬ciendo el repartimiento entre el vecindario y aportando sus propios caudales. En conjunto, las cuentas que se muestran a continuación, son, además de un documento oficial, una representación de la magnitud de los recursos que sufrieron el impacto de esta guerra y de las dificultades de todo tipo que ésta originó en el sistema productivo y en la vida y actividad de la población. Con los inicios de esta guerra, se produjo un primer alistamiento que fue a combatir en la Batalla de Bailén, a donde se mandaron 469 hijos de Ar¬cos, y se trajeron más de un millar de prisioneros franceses (lo que suponía una cifra muy elevada para ser soportada por una población que se acercaba a los 10.000 habitantes), que, contagiados por la fiebre tífica, acabarían siendo encerrados en el lazareto constituido para ello en el Cortijo de Fain , y alimentados como se pudo durante un año y en medio de la hambruna generalizada de la población. Por ello y por otras circunstancias la Batalla de Bailén se vivió en Arcos como un acontecimiento propio, y digno de su historia, abriéndose con ello las páginas de aquellos años desdichados de la guerra de Independencia. La población arcense, si bien no opuso especial resistencia a la ocupa¬ción, con lo que se evitó un baño de sangre, sí participó de forma decidida en la partida que levantó D. Antonio García de Veas (insigne personaje arcense), la cual consiguió notables éxitos en su hostilidad hacia las tropas napoleó-nicas; las entregas de víveres, caballerías y utensilios que se hicieron a esta y otras partidas, fueron igualmente cuantiosas. La movilización de una parte de la población masculina para inter¬venir en la contienda, llegaría a afectar a un número importante de jóvenes, que debió rondar el millar, enrolados tanto en la milicia nacional como en las partidas guerrilleras; de la misma manera también debió ser elevado el núme¬ro de arcenses que tuvieron que trabajar de forma esclava en las obras que realizaron en la ciudad y en el transporte de víveres, municiones y material bélico; junto a estas afecciones hay que señalar las dificultades que conocie-ron los trabajadores para faenar en los campos y cuidar de los ganados, de manera que la actividad productiva se vio mermada, por estas circunstancias, muy gravemente. Las gentes de Arcos se resignaban a soportar las inclemen¬cias de esta ocupación militar, sin llegar a colaborar con los franceses que no pudieron formar la “milicia cívica” que ansiaban; la violencia impuesta en esta ocupación conseguiría que, salvo excepciones, la población celebrara el final de ésta y de la guerra; la liberación, hizo celebrar con especial júbilo, el 29 de Septiembre de 1812, la Jura de la “Constitución Política de la Monar¬quía Española”, promulgada en Cádiz, el 19 de Marzo de este año. Los efectos que causó la guerra en el sistema económico de esta Ciu¬dad fueron de una enorme trascendencia; ello fue característico también de lo que supuso para la nación española, como puso de manifiesto el profesor M. Artola en su obra “La burguesía revolucionaria (1808-1874)” (1975. Co-lección Historia de España Alfaguara, Tomo V.), al considerar que “durante las cuatro primeras décadas del siglo [XIX] el desarrollo español resultó fre-nado por las pérdidas humanas y económicas de la guerra de independencia” (Artola, op. cit., p.78), sin embargo, en esta localidad los problemas abiertos con esta guerra tendrían un efecto más prolongado. A la pobreza reinante se le sumaron los desastres de la guerra, que generó pérdidas cuantiosísimas de capital y bienes, originadas por los sumi¬nistros a las tropas nacionales y francesas, los robos y la merma, por destruc¬ción, de los recursos y medios de producción, con la pérdida de gran parte de las tres cosechas de esos años; el resultado sería un cuadro de ruina y miseria. La dimensión de este desastre se revela en las cifras que aporta la rela¬ción oficial, realizada en 1815, de todas las exacciones y daños causados por la guerra (M.Mancheño lo recoge en sus Apuntes ..., v-2, pp. 20 a 22), en la que se anotan pérdidas en concepto de “suministros” por una cantidad de 32.230.166 reales, de los cuales 18.967.611rv corresponden a los aportados a las tropas francesas en las que se incluyen 2.394.000 rv por “batidas y robos” y “1.920.000 reales en madera y deterioro”; para el sostenimiento de las par¬tidas y tropas nacionales se gastó un total de 13.162.555 rv , de los cuales un millón los gastó la Junta Local de la Ciudad. Pero en este Informe se hace una primera advertencia, en la que se expresa: “que además del importe de estos suministros hay que agregar la baja líquida originada en los estados de riqueza del pueblo, de resulta de las circunstancias, lo que aparece del siguiente : Plan de pérdidas En granos y semillas 7.449.070 En líquidos 1.009.880 En ganado yeguar y caballar 2.327.500 En id. de carga 5.015.000 En id. de vacuno 33.344.000 En id. lanar 9.700.000 En id. cabrío 660.000 En id. de cerda 1.796.000 En arbolados 4.249.000 Suman las partidas 65.550.420 Suman suministros a los franceses 18.067.619 Suman suministros a los españoles 13.162.535 Total general 96.780.616” (Apuntes,... v-2, p.. 21 y 22) Y en una segunda advertencia de este “Plan de pérdidas”, prevenía que “hubo otras pérdidas en esta época, que no pueden reducirse a cálculo, así de los daños causados con los costos del puente, como de la siega de la cementera para forraje, y robos clandestinos de aves y mantenimientos padecidos en la misma y que produjeron la escasez de especies, que estas subieron a un precio escandaloso, y que se viese reducida la mayor parte del ve¬cindario a sólo el alimento de raíces y yerbas, naciendo aquí el hambre y peste de 1812” (Apuntes,... v-2, p.22). Aunque se desconocen los detalles de estas valoraciones, es presumi¬ble que se hicieran cronológicamente, anotando cuando se producían, por lo que los precios aplicados tenían que ser los de cada momento, los cuales fueron subiendo de forma acelerada desde el principio de la ocupación hasta mediados del año de 1812: en una tabla de precios de las raciones suminis¬tradas a las tropas francesas, recogida por F. Romero Romero (Guerra de la Independencia: Villamartin, 1808-1813, p. 141), en diciembre de 1810 se ta¬saba la ración de grano entregada por esta Villa a las tropas francesas, en 136 maravedíes (4 reales) pero en Enero de 1812, esta misma ración costaba 408 maravedíes (12 reales), por que el precio en esos 14 meses se había triplicado; esta subida parece justificar que el precio de los víveres los tildara, el informe anterior, de “escandaloso”, dadas las circunstancias de la guerra, condenando a la población a la hambruna. La cuenta de este informe, es así suma de tres partidas generales: lo entregado a los franceses, a los españoles y un cómputo general de perdidas en la riqueza productiva de las tierras y el ganado, por lo que no se incluyeron las ocasionadas en la industria manufacturera; tampoco se hace mención, al menos explicita, de los provocados en el casco urbano, que fueron cuantio¬sos por las demoliciones realizadas en la plaza de la iglesia de Santa María y el deterioro de iglesias, conventos y otras edificaciones, así como la desapari¬ción de objetos de arte de éstas y otras edificaciones. En cualquier caso, la magnitud total de las pérdidas que señala esta estadística en la Ciudad de Arcos de la Frontera, era de una enorme cuantía, 96.780.616 reales, redondeando, “unos cien millones de reales”. Como se vio anteriormente, lo que la Ciudad producía de media un año, según Rivas, previo a la guerra de Independencia, eran unos veinte millones de reales; desde el 3 de Junio de 1808, en que se constituye la Junta Local de Arcos, y el final de la ocupación de los invasores, 25 de Agosto de 1812, habían transcurrido poco más de cuatro años; multiplicando, se ten-dría un total cercano a los noventa millones de reales; sin embargo, el valor de este producto medio, en tiempos de paz, debió multiplicarse durante los años de guerra, como se ha señalado, por efecto de la enorme subida de los precios, de manera que el valor de lo producido en un año, estimado con precios anteriores a esta guerra, en veinte millones de reales, resultaría tener un valor muy superior. En este cómputo general de pérdidas las había recuperables e irrecu-perables: en las primeras, las que mantenían la integridad del medio produc-tivo, como las tierras cultivadas, que volvieron a rendir cada cosecha, aunque tardarían en volver a sus producciones y precios normales, efecto que aún no se había logrado hacia 1818, cuando el precio medio de la fanega de trigo seguía siendo alto, “60 reales” (Sanz Trelles A., De León Morgado, M.J., Vi¬llamartin, 1987, p. 76), cuando en los primeros meses de la ocupación estaba en “40 reales” la fanega (F. Romero Romero, Guerra de la Independencia, 1808-1813, p. 105); entre los irrecuperables, los que con la destrucción de ga¬nados y arboledas, hacían imposible que volvieran a producir; serían éstos los de mayor trascendencia, socavando el desarrollo de numerosas actividades, algunas de las cuales llegarían a desaparecer y otras tardarían en recuperarse. Sin duda, las peores pérdidas, en Arcos, se concentraron en la gana¬dería por la práctica desaparición de las diferentes cabañas; aunque no se han conservado censos ganaderos inmediatamente posteriores al final de esta guerra, baste señalar que, de los anteriores 65.550.420 reales de pérdidas en la riqueza agropecuaria, nada menos que 52.842.500 reales, procedían de la merma de la cabaña ganadera; el impacto de la guerra en la ganadería arcen-se fue letal, lo sintetizaba Miguel Mancheño, exponiendo que “acabó con la ganadería, de la que no quedan ni las reses indispensables para la labor” (Mancheño y Olivares, M., Riqueza y Cultura de Arcos de la Frontera, v- 2, p. 194.); el ganado sirvió de alimento de las tropas y de remonta y aprovisionamiento de sus caballerías, tanto de asalto como de tiro. La guerra supuso la desapa¬rición de la ganadería brava y de las vacadas, extenuándose hasta la cabaña de bueyes para las labores agrícolas, sumando las pérdidas en esta especie en 33.344.000 reales, las dos terceras partes de lo perdido en el conjunto de la cabaña ganadera. Los numerosos y “famosisimos” caballos de Arcos, que¬daron reducidos a unas pocas yeguas y potros: el esplendor que gozó esta caballería desde tiempos de la reconquista y muy especialmente, durante el siglo XVIII, sencillamente “pasó” a ser un recuerdo; nos faltan datos de la cría caballar posteriores a la invasión, los más cercanos encontrados en el Archivo Municipal, datan de 1861, en el cual la relación de personas “criadores de yeguas y caballos”, casi medio siglo después, sólo eran 46, frente a las más de 110 que había en 1805; sus efectos, a finales del siglo XIX, llevarían a Mancheño a señalar que “algunos ganaderos a fuerza de costosos sacrificios van consi¬guiendo sacar hermosos potros, no son ya los primeros de Andalucía, puesto ocupado hoy por los de algunos labradores jerezanos” (Riqueza,... v-2, p. 194). El ganado lanar, tan importante en otras épocas, es presumible que desapareció al calculares una pérdida en la riqueza de 9,7 millones de reales, segunda en importancia total, por la carne, leche y lana que producían, perdiendo con ello sus razas productoras originarias, desarrolladas a través de un largo pasado; simila¬res consecuencias tuvo esta guerra sobre la cabaña porcina, tan prodigiosa en beneficios como importante en la alimentación de la población y en el aprovechamiento de la bellota, contabilizándose unas pérdidas en la riqueza producida de 1,8 millones de reales. En conjunto, la ganadería creada a lo largo de una dilatada época, desaparecía, y con ello un patrimonio cultural irrecuperable. En esta categoría quedaban también las pérdidas que se había produ¬cido en las arboledas de todo tipo, valoradas en 4.249.000 reales, una canti¬dad muy elevada que afectaría a un gran número de árboles, dado su común bajo aprecio: en el año de 1822, los árboles de bellota, se valoraban en poco más de 16 reales de media por árbol; la población de pinos, por su condición de principal abasto de madera, debió sufrir un fuerte quebranto y casi des-aparecer del paisaje: sus numerosos pinares, con un total de 59.950 pinos en 1786, ya no se citan en las descripciones del término realizadas hacia media¬dos y finales del siglo XIX; en los árboles de fruto de bellota, los daños cau¬sados y sus pérdidas debieron ser también cuantiosas, aunque imposibles de reconocer: en el año de 1786, según el Libro de Montes Arbolados (AMAF, C. 324), el Visitador de Montes, los resumía en un total de 304.093 árboles de bellota (encinas, quejigos y alcornoques), en el término, pero en 1822, en un censo sobre los Montes del Común de los vecinos, sin contar el Monte dehesa de Atrera, que era del Duque, sumaban 66.278 árboles, por lo que la reducción de este arbolado en esos años debe suponerse fue muy notoria y, en buena parte -cabe como hipótesis-, debido a los efectos de esta guerra, ya fuera por robos y cortas de madera y leña, como por los incendios, que sirven para justificar las pérdidas reflejadas en la estadística. La actividad agrícola se recuperaría con las cosechas siguientes aunque al vaciarse los graneros de su Pósito, se imposibilitó el préstamo de trigo y cebada para las sementeras; las labores se resintieron por la misma falta de bueyes para este menester, por lo que las cosechas de granos y semillas tar-daron en recuperarse, en volver a sus producciones anteriores a la guerra; asimismo, la diáspora que se había producido entre la población masculina hizo descender la fuerza de trabajo disponible para las labores del campo; peores consecuencias tuvo esta guerra en la capitalización de la agricultura, como consecuencia de las pérdidas en las cosechas de los años que duró la ocupación militar, los robos y los continuos pagos que tuvieron que hacer para el sustento de las tropas francesas y nacionales. Las fábricas de curtido trabajaron para abastecer gratuitamente de cal¬zado y aperos a las tropas francesas; sus ricos propietarios, la familia “Veas”, habían tenido que contribuir a las exacciones dinerarias de las tropas fran¬cesas y al sostén de las nacionales y partidas guerrilleras; sin embargo, su tejido industrial perduró y lograría prosperar en poco tiempo, de manera que a mediados del siglo XIX, aún se destacaba en el apartado de “industria” del Diccionario de Madoz, al decir de éstas que “Hay muchas fábricas de curtidos, muy apreciados en el país, y las primeras que se conocieron en Andalucía” (Provincia de Cádiz, 1987, p. 54). De otra parte, la situación de “banca rota” en el Ayuntamiento de Ar¬cos no tardaría en producirse después de la retirada de las tropas francesas, como también se conoció en otros muchos municipios y del conjunto de la nación. Así en las cuentas del Reglamento de Propios y Arbitrios de la ciudad de Arcos de la Frontera del año 1814, se anota en el Balance una diferencia negativa de 32.518 reales de vellón. La escasez de medios del Ayuntamiento de 1813 llevará a plantear, entre otros recortes de gastos, la supresión de la necesaria “Partida de Escopeteros”, formada por un “Cavo y ocho hombres”, que vigilaban el término municipal desde 1799 y que tan “buenos resultados con respecto a la aprensión de malhechores” , unos 80 entre “Desertores y sospechosos” (AHPCa , Sección Gobierno Civil, Caja 192). La deuda parece convertirse en una constante de la economía arcense donde los ciudadanos deben al Caudal y éste a los acreedores: dos años más tarde D. Agustín María de Murua recla¬mará la deuda que con él tiene contraída el Caudal de Propios por importe de 52.389 reales, lo que representaba la cuarta parte de la suma de los “Valo¬res” de aquel año. A los problemas acuciantes que ya tenía la sociedad y la economía arcense antes de estallar la guerra, a su ya delicada situación, se le sumaba un cuantioso balance de pérdidas en su riqueza agropecuaria y dineraria, mu-chas de ellas de imposible recuperación; ante tanto menoscabo, la población quedó atrapada en la ruina; las dificultades acumuladas al final de esta guerra para que prosperara la actividad económica y se recuperara la población, resultan sólo imaginables, al igual que el esfuerzo que hicieron aquellos ar¬censes y españoles para salir adelante. José Manuel Astillero Ramos.

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